
¿En qué andas ahora? ¿A qué te dedicas estos días?
Siempre he creído que construir un nombre alrededor de una profesión u oficio es una inversión de incalculable valor. Ser la primera opción en la mente de alguien cuando surge una necesidad específica es un activo invaluable. Es algo que se cultiva con el tiempo, con dedicación, y que genera retornos impensables. Soy testimonio de ello.
Lo mío eran las finanzas personales. Durante más de 20 años dirigí mi empresa de planeación financiera, Peña Infante Asesores. Estudié el tema a profundidad y logré posicionarme en la mente de mis clientes, proveedores y conocidos.
Hoy se habla de Marca Personal como una tendencia en redes sociales, llena de expertos y gurús que intentan explicar lo evidente. Pero esto no es nuevo. Nuestros abuelos ya lo sabían: el "Buen Nombre" no solo es un derecho, sino también un negocio. La reputación es clave tanto para el crecimiento económico como para la realización personal.
Es algo natural. Las personas harán negocios con nosotros solo si sienten que nos conocen lo suficiente como para confiar en lo que ofrecemos. Pero en un mundo donde las apariencias dominan, la honestidad es un valor escaso.
No me refiero a una honestidad moldeada por la moral de la época o el contexto político, religioso o incluso geográfico. Hablo de una honestidad superior: la que debemos tener con nosotros mismos. La valentía de escuchar lo que nuestra alma reclama y actuar en consecuencia. Esa es la honestidad que realmente importa, más allá del juicio social.
Está en nuestra naturaleza este tipo de honestidad. Lleva a la más profunda y humilde seguridad, permitiendo construir confianza en el largo plazo. Es la que nos deja ver sin tantos filtros y nos permite vivir una experiencia auténtica en sociedad.
Una Marca Personal puede sostenerse por un tiempo sin autenticidad, pero tarde o temprano se desmorona si no está cimentada en esa honestidad personal profunda, y nada más que en eso.
A mis 23 años, recién graduado de la mejor facultad de Finanzas de mi país y tras una pasantía en un banco prestigioso de Nueva York, buscaba trabajo. No me conformaría con menos que una vicepresidencia. La vida me dio una lección: no conseguía empleo.
Presionado por las circunstancias, acepté una entrevista para trabajar como corredor independiente en un fondo de pensiones. En la entrevista, el ejecutivo me preguntó:
—¿Qué tal es usted para las ventas?
Me sentí entre ofendido y desilusionado. Yo aspiraba a algo más "ejecutivo". Pero en ese momento, esa honestidad interna de la que hablo tomó el control y respondí:
—Siempre he creído que no puedo vender agua en el desierto... pero sí sé que si creo profundamente en una idea, puedo transmitirla y lograr el objetivo que persigo.
Esa respuesta me consiguió una franquicia comercial y fue el inicio de mi carrera como Asesor Financiero. Durante más de 15 años lo hice con entusiasmo y seguridad. Pero llegó el momento en que, sin encontrar una explicación lógica, la pasión se fue desvaneciendo y empezaron a aparecer unos cuestionamientos profundos de mi alma sobre lo que hacía.
Sin darme cuenta, había construido un gran negocio impulsado por las emociones que mueven el mundo financiero: el miedo y la ambición. Me convertí en un experto en vender escenarios de incertidumbre o de prosperidad, dependiendo de lo que ofreciera. Cabalgué junto al miedo y la ambición de mis clientes, y me hice bueno en ello. Mis extractos bancarios lo demostraban.
Hasta que un día, mi alma gritó. Vi la inconsciencia de quienes confiaban en mí. Vi su falta de fe en el presente abundante. Vi la Neurosis del Dinero en ellos. Y lo peor de todo: me vi a mí mismo reflejado en esa misma neurosis. Me vi atrapado en mi propia ambición y en mis propios miedos.
Algo tenía que cambiar. Había perdido la fe en lo que hacía. Ya no era un trabajo honesto conmigo mismo. Ya no podía vender.
Los últimos 10 años los pasé manteniendo mis negocios con un respirador artificial, mientras buscaba dentro de mí qué era lo que realmente estaba pasando.
Hoy tengo claridad. Una claridad que me costó reconocer: debo dejar atrás la inversión más grande de mi vida, la inversión en mi "Marca Personal" como asesor financiero. Siempre preferí hablar de evolución en vez de transformación, pero hoy entiendo que, cuando la consciencia evoluciona, casi siempre las formas reclaman cambio.
¿En qué ando? Una pregunta que quisiera responder con: "En lo mismo, si necesitas invertir dinero, aquí estoy". Pero esa respuesta ya no es honesta, ni siquiera para mí mismo.
Hoy estoy construyendo una nueva identidad con compasión y calma. Para ello, he comenzado a compartir mi experiencia a través de charlas y mentorías, ayudando a otros a replantear su relación con el dinero desde una perspectiva más consciente.
Aunque seguiré hablando del dinero, de su angustia, de su componente sagrado y de la necesidad que tenemos de él, el "Asesor Financiero" muere para dar paso a una nueva identidad que construyo con calma, con consciencia en cada paso que doy, una nueva actividad donde pueda presentar con honestidad un valor real experimentado primero en mí.
Hoy vendo la idea de la evolución y la transformación. No vendo promesas vacías ni recetas prefabricadas. Pongo a disposición las herramientas que me ayudaron a revivir el fuego en mi corazón. Y mi propósito es claro: mover a otros a encontrar su propia verdad. Que cada uno pueda mirar su relación con el dinero, con su propósito y con su vida, y tomar decisiones desde la consciencia, no desde el miedo.
No sé cómo se llamará esta nueva "marca" que construyo, pero sé que estará cimentada en lo que para mí es innegociable: amor, servicio y verdad. Estos valores serán la guía de cada acción y decisión en esta nueva etapa, asegurando que lo que ofrezca sea genuino y esté alineado con mi propósito de aportar crecimiento y bienestar a los demás.