
Ya sé...
Sé que hoy sientes que la vida no tiene sentido. Parece una burla cruel del destino.
Cuando éramos jóvenes, soñábamos. El mundo estaba lleno de posibilidades. Estudiábamos, pero sobre todo nos divertíamos, haciendo gala de la energía vital de los veinte años.
El tiempo pasó. Nos distanciamos, fuimos tras lo nuestro, tras las promesas de éxito, dinero y reconocimiento que habíamos comprado. Saboreamos las mieles de lo que parecía una vida merecida. Parecía justo.
Un día, todo cambió. No fue un suceso puntual. Se fue dando, como un castillo de arena que el mar golpea lentamente hasta desmoronarlo. Primero, la pareja. Esa relación que parecía completarnos, con los años fue revelando heridas de la infancia que ni siquiera sabíamos que existían, pero siempre habían estado ahí, en carne viva. Esa relación que inició llena de esperanza y enamoramiento se convirtió en un constante echarle sal a esas heridas. Ella a las mías, yo a las de ella. Te pasó lo mismo... lo sé. No era sostenible mantener una relación así. Se cayó la primera muralla de arena.
Y como la maldición de un cacique traicionado, una situación desencadenó otra. El trabajo empezó a tambalear, y con él, las finanzas que parecían sólidas mostraron su naturaleza efímera y frágil. Tan banal, tan terrenal.
Los viejos se fueron. Incluso compañeros de vida que no deberían partir también consiguieron boleto de salida en la rifa de una pandemia impensable, inverosímil, que arrasó con caras familiares que creíamos personajes fijos de reparto hasta el final de esta serie. De esta Divina Comedia bautizada así por Dante.
Hoy empieza el cuerpo a fallar. La salud que dimos por cierta se rinde ante la enfermedad que acecha hambrienta en la puerta.
Es mucho, lo sé.
Es inevitable no caer en los más oscuros rincones de nuestra alma, donde habitan los demonios y la depresión nos ha hecho prisioneros. No tiene sentido seguir viviendo así. No hay explicación.
Si hay un Dios... que aparezca, quisieras gritar. Pero ni para eso hay fuerza ya.
"¡Ánimo!" es el consejo de un inocente coach de motivación personal que no ha caminado por estos infiernos. "¡Ánimo!" es el consejo más estúpido que puede recibir un preso de este deprimido calabozo. La incomprensión total, el absurdo. Pareciera que sólo hay una salida, pero algo dentro de ti se resiste, aunque no lo entiendas. Esa resistencia aumenta la intensidad del vacío interior.
Lo sé, estuve ahí.
¡Pero salí! Y lo único que puedo ofrecerte es mi verdad. Una verdad sin garantía.
¡Las siete plagas piden libertad! Tu alma pide libertad, y van llegando una a una hasta que lo puedas ver. Son un regalo.
Nada más honesto que la profunda depresión. No hay máscaras, no hay cuentos. Nada más honesto que el vacío existencial. El vacío es lo único cierto y no hay con qué llenarlo. El vacío es nuestro hogar, allí queremos volver, pero no todavía. Sabemos que hay pendientes. Esta contradicción es la que no nos deja fluir, la que deprime nuestra energía.
La única salida de ese sinsentido es entregarse a la vida. Sin reparo, sin reclamo. Entregarse tal como está, como se manifiesta en este preciso instante: caótica, imperfecta, sucia, desbaratada, incompleta, mediocre.
Pedir la salida no es una posibilidad. Eso ya lo hablamos. Y no lo es porque hay algo dentro, un pequeño tizón que no se ha dejado apagar a pesar de todas las tempestades. Ese carbón se niega a morir. ¡Estúpido Carbón!
Entrégate a la vida. Ríndete. Mata las ideas divinas de lo que debió ser. Calla de una vez el reclamo agresivo ante la injusticia vivida. Entrégate a la vida, así como viene, con la simple acción que sigue en este eterno presente. Lava los platos. Tiende la cama. Toma una ducha y prepara el almuerzo. Y así, consciente, entregado al momento presente y la simple tarea inmediata que se presenta, sin reclamo, sin reparo, sin cuestionar. ¡Hazlo! Lava los platos, no más. Lava los platos.
Te juro que el sinsentido irá pasando. Te lo juro. Es lo único que te puedo dar: una promesa de que hay algo mayor, algo que irá entrando, lentamente y proporcional a tu voluntad de rendición. No eres lo que pensaste que serías, pero tampoco eres lo que piensas que eres. Lavar los platos con la mayor consciencia posible y resistir la tempestad que vives profundamente será la fórmula que te develará tu verdadera naturaleza, la verdad de eso que sí eres.
Esa es mi promesa, querido amigo.
Mantente. Ríndete al destino y lucha por tu alma. Lucha con humildad, con fe, pero lucha con todas tus fuerzas, como lo has hecho hasta ahora. "Lánzate al centro de la batalla, pero mantén tu corazón limpio a los pies del Señor", a los pies del Padre Universal, a los pies del Gran Misterio.
Tu alma pide libertad, y te enviará las plagas que hagan falta para que puedas liberarte de la cárcel del soberbio ego, quien irónicamente guarda las llaves de ese calabozo que se llama depresión. Solo tienes que descubrir que no eres prisionero, que la salida está dentro de ti.
La salida es para adentro.
Lava los platos y lo entenderás. Te lo prometo.